Sor Genevieve Jeanningros saca el pañuelo del bolsillo e intenta secarse las lágrimas, abrumada por la angustia. La hermana, de 82 años, amiga del Papa y comprometida desde siempre con los más desfavorecidos —en particular con la gente del circo, a quienes también hizo conocer a Francisco—, fue una de las primeras personas en rendir homenaje al Papa, cuyo cuerpo está expuesto desde este miércoles en la basílica de San Pedro, y su imagen conmovió al mundo.
La monja, de la orden de las Hermanitas de Jesús, es sobrina de otra religiosa francesa, Léonie Duquet, secuestrada y asesinada en la Argentina durante la última dictadura.
Pequeña, con su gran mochila verde a la espalda, la religiosa parece aún más diminuta bajo el peso de un dolor sincero. Está despidiendo al Papa, alguien con quien se hablaba con frecuencia y se veía en todas las audiencias generales de los miércoles.
Para despedir a su amigo, Sor Genevieve salta el protocolo, y en el Vaticano se lo deja pasar. La religiosa supera el cordón tendido en torno al ataúd del Pontífice para impedir el paso y, si bien al principio algunos diáconos intentan alejarla diciéndole que no puede estar ahí, que debe esperar, algunos gendarmes la reconocen y la asisten. La llevan hasta el féretro y le permiten quedarse ahí para llorar desconsoladamente a su amigo.
Genevieve -“la niña terrible”, como le decía Francisco, por su mirada vivaz y sus ojos azules, como los de un niño- veía al Papa todos los miércoles por la mañana, los días de la audiencia general. Se sentaba en el Aula Pablo VI junto al padre Andrea Conocchia, párroco de Torvaianica que desde hace años ha recibido a personas trans en su parroquia. “Sigan adelante, sigan adelante”, les decía Bergoglio a ambos.
De sus encuentros con el Papa, acompañada de toda la gente que ayudaba, la religiosa salía muy emocionada, pero más quienes iban con ella. “Sufrían en su identidad y en el desprecio del pueblo. Y me emocionó ver su alegría”, contó una vez. “Lo quieren mucho porque es la primera vez que personas trans y gay son acogidos por un Papa, por fin han encontrado una Iglesia que ha ido a su encuentro”.
Esta religiosa de las Hermanas de Jesús vive en una caravana junto a otra monja, en un parque de atracciones de Ostia, cerca de Roma, y desde hace 56 años ayuda a pobres, prostitutas y transexuales que trabajan en la calle, predica entre la gente del circo. Hasta ese parque fue Francisco dos veces para visitarla, en 2015 y en 2024.
Lèonie Duquet, la tía de Genevieve, era una de las dos monjas francesas –junto a Alice Dumon- que vivían en la Argentina durante la última dictadura militar, que ayudaban a las madres de Plaza de Mayo y que fueron secuestradas en la la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y torturadas en 1977. En un caso que provocó una fuerte tensión bilateral con Francia, las monjas fueron asesinadas por medio de lo que se conoció como los “vuelos de la muerte”. Narcotizadas, fueron arrojadas desde un avión al Mar Argentino.
Duquet era amiga de Jorge Bergoglio, entonces general de los jesuitas en el país, quien ayudó a escapar o esconderse a algunos disidentes.
Cuando Bergoglio se convirtió en el papa Francisco, sor Genevieve se puso en contacto y le contó que era la sobrina de Duquet, y que también era monja. Allí comenzó su amistad.