El Papa actúa como el jefe del peronismo y Lousteau como si no fuera jefe del radicalismo


Francisco volvió a ser Bergoglio: se sacó una foto con sindicalistas contra la privatización de Aerolíneas, y recibió, no una, sino dos veces, a Kicillof. Milei repuntó con una buena semana luego de un par tormentosas.

Así como te digo una cosa, te digo la otra. Milei venía de un par de semanas tormentosas. En sencillo: malas. Renuncia del amigo y de pronto enemigo jefe de ministros Posse, los líos de la amiga y ministra Pettovello con los alimentos varados para denuncia y solaz de Grabois, y último, pero para nada lo último, la inaudita pero no sorprendente varadura de la ley Bases, ex Omnibus, encallamiento entusiastamente fogoneado por el peronismo, la izquierda y hasta supuestos aliados. Aliados en el momento de las elecciones, por supuesto.


Medio año de gobierno y ninguna ley. Los milagros serían para el Papa, se podría decir. Pero Milei tuvo el suyo ¿o no fue ningún milagro sino el resultado de que esta vez negoció como debía? En febrero había sido al revés. Amenazó comerse los chicos crudos, no pudo y abandonó la cancha en medio del partido. Le habían aprobado la mitad de los seiscientos y pico de artículos que mandó, pero le querían bajar más y se enojó y pateó el tablero. “Para sacar una ley mala, prefiero que no salga”, alardeó.

Milei tiene ahora su recortada ley, aunque no todavía porque falta el paso de la revisión en Diputados. Le salió bastante más caro pero hubiera sido infinitamente peor no sacarla. Es más importante lo que evitó que lo que ganó. Repasemos la buena semana de Milei, aparte de la ley. Renovación del swap chino, pese a que ya sabemos cómo trató Milei a los chinos. Visto bueno con 800 millones del Fondo Monetario. Y la oposición haciendo desastres y aumentándole la popularidad. Y esto incluye a Bergoglio, que actúa como jefe del peronismo y a Lousteau, que es el jefe del radicalismo y actúa como si no lo fuera. Y frutilla del postre: el 4,2% de los precios.

Ya lo sabemos: Suiza es aburrida, pero ¿qué tendrá de divertido el sube y baja argentino? El miércoles hubo policía dura: los uniformados cabeceadores de adoquines de Larreta pasaron a la acción. Parece que habrá procesados tal vez ahora en serio. Entre los más de 30 presos por la irracionalidad de las piedras y los incendios hay lúmpenes con gran prontuario policial mal disfrazados de militantes y militantes que se disfrazan para zafar. También para zafar, el kirchnerismo resucita el latiguillo de los servicios detrás de la violencia. ¿Qué dirán las encuestas? Más de una vez la violencia cambió los rumbos. No parece haber logrado casi nada de sus propósitos ahora. Habría que ver si esto no entraría en lo de la buena semana para Milei.

Ese mismo miércoles, temprano, el Papa fue otra vez Bergoglio. E insistiría. Sacó foto con sindicalistas contra la eventual privatización de Aerolíneas, de pronto gran preocupación pastoral, como para el filósofo formoseño Mayans, otro bergogliano que la repudiaba a los gritos en el Senado. Desde su reestatización, en 2008, Aerolíneas se fumó nada menos que 8.000 millones de dólares. Esa es la historia real en la que estamos encerrados.

Después, Bergoglio recibió a Kicillof y no una, sino dos veces. Hasta le regaló una escultura del Vaticano. ¿A santo de qué? Fue justo cuando el país pierde otro juicio internacional que, aunque no es culpa del bonaerense aspirante a jefe kirchnerista presidenciable, sí asocia con ese otro fallo del hasta ahora no aclarado chanchullo de la compra, después venta, y luego semi estatización de YPF. Se trata de miles de millones de dólares. ¿No tendrá algo que ver esto con hambre y pobreza?

Bergoglio es el jefe de una Iglesia y es el jefe de un Estado pero actúa como el jefe del peronismo. Sin querer asociar para nada aquella recordadísima cara que le puso a Macri, ahora, en el G7, mantuvo una decena de reuniones bilaterales con mandatarios, pero ninguna con Milei. Más bien pareció alejar desde su silla de ruedas el abrazo o medio abrazo del presidente argentino cuando se acercó a saludarlo.

Otras dos perlas de esta semana. Una, de Milei, cuando dijo que está dispuesto a dar la vida por el superávit fiscal. Hemos escuchado prometer morir por muchas causas, nunca por el equilibrio de las cuentas públicas. Más llamó la atención Lousteau, el jefe del radicalismo con una elevadísima opinión de sí mismo que está empeñado en estropear esa jefatura. Como si se representara sólo a él, votó contra todos los senadores y gobernadores de su partido, junto al kirchnerismo.

No hay manera de entender estas cosas de Lousteau a menos que esté convencido, como lo están otros, de que Milei derrapa en cualquier momento y hay que estar, más que alejado de él, en la vereda de enfrente. Pero una cosa es apostar a que Milei fracase pronto y otra es que enfrentarlo rinda frutos electorales. Nadie puede predecir, ni con la mejor IA, qué pasaría en el país ante una nueva frustración, pero con mayoría de actores viejos. Pasan los años y en la política argentina sobran situaciones circulares: casi siempre la misma sopa. En esto no hay cambio.

Cincuenta años atrás, justo un 12 de junio como éste de la votación de la ley, Perón habló por última vez desde el balcón y contra las trabas que le ponían a su proyecto de Pacto Social. Preanunció su despedida con asombrosa, sentida elocuencia: llevo en mis oídos… Pocas semanas antes había hablado de imberbes, corriendo con palabras a los montoneros de la Plaza. Argentina circular del sube y baja. Ahora, su partido afanosamente buscaba voltear la ley de Milei.

Circularidad curiosamente olvidada. O, entre políticos y memoriosos, omitida para que se vea menos que de tanto ir y venir, salir y entrar, atascarse es el resultado y la decadencia general, inevitable. Que, claro, no es para todos. Si hasta Alfonsín hacia 1988 quiso privatizar el 40% de Aerolíneas a la escandinava SAS. No pudo. Se le trabó en el Congreso, pese a su mayoría en Diputados. En 1984, a meses de arrancar el gobierno, el Senado le había trabado la Ley Mucci, de democratización sindical. Mucci era dirigente sindical, pero no peronista. Bajarle la ley, para mostrar que no podía, que este pueblo no cambia de idea, lleva las banderas de Evita y Perón. (Ricardo Roa para Diario Clarín)

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