Raúl Alfonsín desarticuló al peronismo
conservador de Vicente Leónidas Saadi en 1984, lanzando una consulta popular
para dirimir el conflicto con Chile por las islas del Canal de Beagle. Así
barrió a la oposición en las urnas con una herramienta de la modernidad
electoral. Y un año después hizo lo mismo con la ley de divorcio. Le cambió la
agenda a todos sus adversarios con una demanda del progresismo que atravesó a
la sociedad como un rayo.
El mismo efecto pero con signo diferente
utilizó Carlos Menem en el comienzo de su gestión en los años ’90. Puso a su
servicio el protagonismo de dos figuras estelares de la derecha económica como
Alvaro Alsogaray y Domingo Cavallo para apuntalar su política de
privatizaciones de las deficitarias empresas estatales. Y para dotar de un plan
al shock de la convertibilidad que redujo a cero la inflación. Así construyó el
escenario político que le permitió ser reelegido como presidente con el apoyo
de los sectores liberales que jamás hubieran votado a un peronista riojano y
con patillas.
También han pasado por la celebridad dos
grandes movidas políticas de Néstor Kirchner. Rompió la hegemonía menemista en
la Corte Suprema que había heredado en 2003 echando a tres jueces con un
recordado discurso por cadena nacional. Y se apropió poco después de un
proyecto parlamentario de Elisa Carrió para instrumentar los subsidios de la
Asignación Universal por Hijo (AUH), y establecer una sólida alianza con los
grupos piqueteros y un gran sector de la izquierda beneficiados desde entonces,
y hasta el día de hoy, con los planes sociales.
Ahora es el turno de Mauricio Macri, quien ha
comenzado a utilizar la misma táctica en el comienzo de su tercer año de
mandato. Subido a la plataforma de su triunfo electoral de octubre pasado y
preocupado por el descenso de su imagen en estos primeros meses, el Presidente
echó mano a un puñado de banderas que estaban en poder de sus opositores. La
habilitación del debate por la despenalización del aborto en el Congreso fue un
directo a la mandíbula del kirchnerismo y de la izquierda trotskista. De poco
sirvieron las coloridas manifestaciones de los últimos tiempos y los pañuelos
verdes en el cuello que lucieron ayer algunos legisladores en la Asamblea
Legislativa. Si el aborto deja de ser condenado en la Argentina será porque un
presidente al que sus adversarios acusan de conservador habrá puesto en marcha
los mecanismos necesarios para convertirlo en ley.
Y quienes más están sintiendo el golpe son los
kirchneristas. Cristina bloqueó cualquier posibilidad de discusión durante sus
ocho años de presidenta y los cuatro de su marido. Varios de sus aliados creen
que esa es la verdadera razón por la que no estuvo ayer en el Congreso.
“Cristina no se hubiera bancado que lo aplaudieran a Macri cuando hablara de la
ley de aborto y las cámaras la enfocaran a ella que ni siquiera dejó que lo
discutiéramos”, explicaba resignada una legisladora de la bancada K. A su
ausencia institucional injustificable se sumó la de Máximo Kirchner, quien
había ido a la reciente marcha de los Moyano con el pañuelo verde a favor del
aborto legal, seguro y gratuito. El heredero también prefirió no estar presente
en la fotografía más evidente de la claudicación en una cuestión tan sensible.
Envalentonado por el impacto de la iniciativa
abortista, Macri agregó en su discurso de ayer un par de fundamentals de la
agenda feminista. Igualdad de salarios entre hombres y mujeres; impulso a la
educación sexual y a la salud reproductiva por la cantidad de embarazos
adolescentes y extensión de las licencias por maternidad a los padres. La
Argentina tuvo que esperar 35 años para que esa agenda llegara al Parlamento
por iniciativa del hijo de un empresario millonario formado en las aulas del
Cardenal Newman. Aparece allí una defección imperdonable de tres generaciones
de dirigentes políticos con capacidad, con experiencia y educados en la
universidad pública.
Macri confirmó en el Congreso el mismo
argumento que sostiene en privado. “Estoy a favor de la vida, pero también a
favor del debate maduro y responsable”, dijo ante senadores y diputados. Es una
formulación que repiten sin equivocarse los otros tres integrantes de la Mesa
de los Cuatro: María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Marcos Peña.
Allí se aloja siempre la filosofía fundacional del macrismo. Pero conviene
prestarle atención a un dato. La fundamentación más sólida de la necesidad de
darle una respuesta desde la salud pública a las muertes por abortos
clandestinos la hizo el ministro de Salud, Adolfo Rubinstein. Un defensor de la
despenalización que dio a conocer sus opiniones luego del escrutinio minucioso
del Presidente.
Evidentemente, en el Gobierno hay un
testamento de moderación para evitar más fricciones de las que ya tiene con la
Iglesia y con la sombra del Papa Francisco. Y hay otro testamento, mucho más
aggiornado, para incluir en la agenda parlamentaria el tema del aborto y
ponerse a tono con lo que sucede en el mundo. Sobre todo en países como Uruguay
o Chile, a los que Macri toma seguido como referencias. Los argumentos
liberales de Rubinstein son los que definen el marco de esa nueva concepción.
De todos modos, aquel espíritu progresista que
Alfonsín le imprimió a su gobierno con la ley de divorcio terminó siendo
absorbido por los sinsabores de la economía. Es un capítulo de la historia que
Macri y varios de sus colaboradores tienen muy en consideración. El oxígeno de
la discusión parlamentaria por el aborto no alcanza para eclipsar las
complicaciones que el Gobierno enfrenta en materia económica. “Lo peor ya
pasó”, fue la explicación oficial a los nubarrones de la inflación, el déficit
fiscal y el alto endeudamiento. La figura del “crecimiento invisible”,
utilizada ayer para jolgorio mediático y digital de los opositores, es también
el reflejo de la impotencia de la Casa Rosada para lograr que el efecto del
crecimiento y la tímida suba del empleo se perciban efectivamente en el
bolsillo.
Macri deberá modificar rápidamente esa
sensación extendida en buena parte de la sociedad si quiere volver a los
índices de imagen positiva que tenía hace apenas tres meses. Los estrategas del
Gobierno prevén una baja pronunciada de la inflación para el segundo semestre,
cuando disminuya la presión de las tarifas. Y creen que el show de la obra
pública que se desatará el año próximo será suficiente para recrear el clima
electoral que permita las reelecciones del Presidente, de Vidal y de Rodríguez
Larreta.
Hoy parece un pronóstico cándidamente
optimista. Claro que cuenta con la ventaja de una oposición desconcertada, que
cristalizó a Hugo Moyano y a Cristina Kirchner como sus dos mayores referentes
de la actualidad. El camionero lleva como una cruz sus desgracias judiciales y
el mayor mérito es haber movilizado un aparato callejero clásico con la épica
de 2.000 camiones y 600 micros rentados. Peor está la ex presidenta,
entusiasmada con el hit musical anti Macri que entonan en las canchas los
barrabravas que aún no consiguieron pasajes ni fondos para poder ir gratis al
Mundial de Rusia.
PUBLICADO EL 02-03-2018