Paula contó cómo fue que se liberó de los
“hombres de negro” que no la dejaban vivir. Su días en el neuropsiquiátrico y
el ritual que la transformó.
El diablo sacudió el cuerpo de Paula por
primera vez cuando tenía 13 años. Eran las doce de la noche y se había
levantado para ir al baño. Cuando miró al fondo del pasillo, vio un grupo de
hombres de sombrero y traje negro a los que no se les veía la cara. Iban hacia
su habitación.
“Entraron y me empezaron a molestar. Me
tocaban las piernas, tenía rasguños en la espaldas - algo que era imposible que
yo me haga -”, cuenta la chica que hoy tiene 25 años. Ese día, cuando sufrió
por primera vez el trastorno de transformarse en un monstruo poderoso, nunca se
imaginó que esa “manifestación” sería la primera de muchas.
Paula escuchaba voces que le daban órdenes:
‘matate, cortate’. Según explica, las directivas eran siempre para que se lastimara
a sí misma, nunca a los demás.
Le diagnosticaron esquizofrenia, la internaron
en un neuropsiquiátrico y la trataron igual que a una rata de laboratorio:
tomaba 50 pastillas por día, le daban inyecciones y pasaba días atada. “Mi mamá
llegó a firmar un papel que decía que el hospital no se hacía responsable por
una pastilla, porque era nueva y se usaba para pacientes muy específicos”,
recuerda.
Cada “manifestación” era una especie de crisis
nerviosa. Según relata, la poseía una fuerza desmedida que hacía que ocho
enfermeros la tuvieran que agarrar para atarla de pies y manos. Sin embargo,
ella sólo se acuerda lo que pasaba después: se despertaba agotada, con dolor de
piernas y abdominales. Lo que ocurría mientras gritaba, insultaba y pegaba
patadas con la fuerza de un tiburón se le transformaba en una laguna.
“Sentía que no era yo la que hacía esas cosas.
Quise matar a mi perra, le lastimé una costilla a mi abuela. A pesar de que no
me acuerdo que me manifestaba así, sí recuerdo que cuando me despertaba todos
me miraban raro y yo volvía a preguntar: ‘¿Y ahora qué hice?”, recuerda.
Después de diez años de internación y drogas
para tratar las alucinaciones, una psiquiatra descubrió que lo de Paula no era
esquizofrenia, “A la médica nos la había recomendado una amiga de mi mamá. Ella
es muy creyente, cree en el exorcismo y nos dijo que fuéramos a la Iglesia”,
cuenta.
De estar diez años encerrada en un hospital a
pensar en la posibilidad de estar poseída. Creer o reventar. Arriesgarse o
ganar. Ya no tenía nada que perder.
Sobre el día que decidió visitar al Padre
Acuña (Obispo de la Familia Carismática Luterana en la Parroquia del Buen
Pastor, en la localidad de Del Viso, a menos de 50 kilómetros del centro de
Buenos Aires), la chica recuerda que ya tenía 23 y estaba cansada de hablar con
los psicólogos y de no encontrar solución. Se acercó al cura vencida, con el
hilo de esperanza que le quedaba de poder empezar una nueva vida. “Me acuerdo
el antes de entrar al ritual. La noche anterior fue muy dura: sentía punzadas
en la panza y en la parte más de abajo. Se me inflaba mucho el abdomen, como
una bola con una forma extraña”, dice.
Su exorcismo está filmado y tiene miles de
visitas en YouTube. Sin embargo, cuando Paula lo mira, asegura: “No me veo ahí,
veo a otra persona. Insultaba mucho, tenía mucha fuerza. Los moretones en los
brazos, me quería morder. Tenía muy deformado el cuerpo”.
La ceremonia duró una hora. Una hora de tener
una cruz de madera grande apretándole el pecho. Una hora de gritos desenfrenados
y movimientos bruscos, desaforados, mientras el sacerdote y cuatro ayudantes la
empujaban hacia el piso y le ordenaban a esos “señores de traje negro” que se
fueran para siempre.
Fue una hora y nunca más.
“Después del ritual estuve perfecta. Tuve vómitos
y diarrea, pero nunca más sentí una voz, ni siquiera un zumbido”, cuenta la
chica.
Se la ve tranquila, serena, demasiado normal.
Según dice, no piensa dejar de ir a la Iglesia porque no quiere volver a estar
como hace diez años atrás. Antes luchaba contra enfermeros que tenían que
atarla, ahora se dedica a ayudar a personas que atraviesan una situación igual.
Es así y no hay más nada que agregar. Como diría la abuela "Es creer o reventar".
PUBLICADO
EL 19-02-2017
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