Viene a cerrar la trilogía
iniciada con "El Código Da Vinci" y "Ángeles y Demonios",
los filmes dirigidos por Ron Howard basados en las exitosas novelas de Dan
Brown, que no se mueve un ápice de la fórmula del profesor universitario que
sin querer se envuelve en una plan para salvar al mundo de un macabro y sádico
villano, que, sin embargo, tiene alma de altruista.
Estas películas que mezclan
suspenso y acción parecieran basar sus guiones en moldes pre establecidos, que
indican el segundo exacto de lo que tiene que suceder y los predecibles giros
que la historia va a tomar, dejando para el último tramo una sorpresa que varía
el humor de los personajes, pero no el desenlace.
Howard es un director y actor
con una extensa carrera en la industria de Hollywood y ganador de un Oscar por
la brillante dirección de "Una mente brillante", aquella cinta en la
que Russel Crowe interpretó al esquizofrénico ganador del Nobel de Economía
John Nash.
Sin embargo, pese a que el filme
en el que mezcló biografía con suspenso mostró ciertas novedades y asumió
riesgos con una trama que pegó varias vueltas, en la actualidad se recostó en
la comodidad de una fórmula que en los mercados no suele fallar, pero que dista
de ser una pieza que quede en el recuerdo.
Con 5 cortos, 2 documentales y
30 largometrajes de ficción, que mezclan desde sutiles dramas como
"Cocoon", animaciones como "El Grinch", ciencia ficción
("Willow"), policiales ("El Rescate") y comedias
("Todo en familia"), Howard es una especie de máquina que en vez de
fabricar chorizos hace películas.
En esta carrera, el realizador
intentó rodearse de lo mejor que encontró y, así, compartió rodajes con los
ganadores del Oscar Mathew McConaughey y Michel Keaton, además de dirigir al
invariable Tom Hanks en un puñado de cintas que incluyó el viaje espacial "Apolo
13" y la comedia romántica "Splash".
Tras cuatro décadas de transitar
los pasillos de Hollywood, Howard, que además tiene más de 80 cintas en el rol
de productor, entiende cómo funciona el mercado y se toma las libertades para
saltar de un género al otro, con guiones hechos a la medida del público y de lo
que exige la taquilla.
De esta forma,
"Inferno" no es más que una película entretenida y con correctos y
cautivantes efectos especiales, alguno de los cuales recuerda a la catarata de
sangre de "El resplandor", aquella joya de Stanley Kubrick, en la que
encierra en un hotel de montaña a Jack Torrance (Jack Nicholson) con su esposa
e hija.
Sin embargo, pese a estas
licencias positivas, no es un filme que aporte mucho a los dos anteriores, como
tampoco a otros precursores sobre tesoros escondidos como la saga de
"Indiana Jones" o las menos atractivas de "La Momia".
Tampoco es una cinta descartable
para los fanáticos de este tipo de pasatiempos: la vorágine que no da respiro
puede ser muy bien llevada junto a un tarro de pochoclos en una sala de cine
con sonido envolvente 5.1 y que sumerge al espectador en la trama.
La historia es simple: el
profesor de literatura Robert Langdon (Hanks) debe llegar a través de códigos
de "La Divina Comedia", de Dante, a un virus que hará morir a la
mitad de la población, creado por un multimillonario mesiánico (Ben Foster) que
se suicida para, justamente, no dar esa información.
En el medio, el protagonista
pierde momentáneamente la memoria, lo cual lo lleva a desconfiar de todo lo que
lo rodea y a desconocer las intrigas que se cuecen entre quienes lo buscan a él
(algunos son agentes de gobiernos; otros, no) y a su joven, intrépida y
misteriosa ayudante (Felicity Jones).
El 90 por ciento de la película
transcurre en Florencia, la ciudad italiana de la Toscana, cuyo aire medieval
renacentista, junto a sus pequeñas y zigzagueantes calles, le dan un marco casi
romántico a las persecuciones (de a pie, en auto o en moto), además de enamorar
la vista con lindos planos aéreos.
Así, "Inferno" tiene
casi asegurado el pasar desapercibido para la memoria del cine, aunque, como la
mayoría de los filmes de Howard, lleva muy buenos augurios en lo referente a la
recaudación.
PUBLICADO EL 13/10/2016
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