Metódica y racional, la alemana desbancará este
lunes a Serena Williams en el número uno de la WTA después de alzar su segundo
grande esta temporada: 6-3, 4-6 y 6-4 (tras 2h 07m) a la checa Pliskova.
Sabía de antemano Angelique Kerber que, pasase lo
que pasase en la final frente Karolina Pliskova, será a partir de mañana la
número uno mundial. Pero no se relajó un ápice, porque entre otras cosas no se
lo permite su propia doctrina, y demostró un día más, y ya van unos cuantos
este año, muchos, que si a partir de ahora tendrá el bastón de mando es porque
sencillamente lo merece.
Venció a la checa Karolina Pliskova (6-3, 4-6 y
6-4, en 2h 07m) y dio más lustre a un curso dorado, en el que definitivamente
ha terminado con el mandato de la hegemónica Serena Williams.
Conquistó la alemana el primer Grand Slam, en
Melbourne, y anoche se marchó laureada de Nueva York, con la parada intermedia
en la final de Wimbledon. En 2016 ha sido la mejor, ha ganado más partidos que
nadie (54) y ha encontrado recompensa a la dedicación, máxima en su caso.
Porque si algo distingue a Kerber es su constancia, de ahí que en su país
tracen el símil con Rafael Nadal, zurdo como ella, estajanovista y espartano
como la de Bremen. Esta, profesional como la copa de un pino, esculpida a base
de horas y más horas de sacrificio, ha alcanzado el punto óptimo para mandar.
Llega su reinado a los 28 años, la edad más elevada
de acceso al número uno en el circuito femenino; le precedía Jennifer Capriati
(25 años y siete meses). Y, por fin, releva a Serena –186 semanas consecutivas
al frente de la WTA–, cuyo registro no tiene nada que ver con el de ella. Si la
norteamericana es el espectáculo, la exuberancia, un juego agresivo y muy
pasional, Kerber contrapone frialdad y racionalismo, poco adorno; nada de
excesos, todo rumiado y bien mascado. Su manera de desenvolverse sobre la pista
es la síntesis perfecta de la nueva gobernanta, que a pesar de perder las
finales de Wimbledon, Río y Cincinnati, se redimió en Nueva York.
Para elevar su segundo major, la alemana sudó de lo
lindo, porque Pliskova (24 años y a partir del lunes sexta en el ranking)
reaccionó y le puso contra las cuerdas. Sin embargo, supo salir del aprieto,
enredó a la checa conduciéndole al error mediante los peloteos desde el fondo
de la pista y festejó otra vez. Lo hizo con lágrimas, sobre el suelo y luego
extasiada, tras contrarrestar el arsenal ofensivo de su rival, autora de 40
golpes ganadores e incisiva en la red (28/38); al final, condenada por sus 47 errores
y la fiabilidad de la campeona, tan solo 17.
Existían dos vías para coronarse: con una derrota
en una gran final, borrón al fin y al cabo para toda ganadora que se precie, o
bien por la puerta grande, trofeo en mano e instantánea para la eternidad.
Kerber, pragmatismo en estado puro, solo contemplaba la primera opción. Claro.
PUBLICADO EL 10/09/16
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