"Tengo hambre", dijo la abuela
Miriam, cuando Ana, su vecina, descubrió que comía pasto. Encerrada en la
cabina de un desvencijado camión, forrado de cantonera y nylon, logró verla por
la hendija de un bin de fruta. Hacía dos días que llenaba su estómago con la
hierba que da sustento a un animal. Quien dice que tiene "70 y algo"
de años, porque no lo sabe bien, entonces no tenía otra cosa que comer.
Según publica hoy La Mañana de Cipolletti, la
anciana estaba descalza y en la soledad más absoluta. Pasaba sus días recluida,
entre cuatro perros que compartían su cobija: una tabla rasa, apenas guarecida
por una sábana.
Como no podía salir de la precaria vivienda
donde su hijo, al parecer, la dejaba con candado, ni ver más allá de los bines
que recubrían la estructura, el contacto con el mundo exterior fue la voz de
sus vecinos. Ellos le dieron el pan cuando no tenía qué comer y denunciaron a
su hijo por maltrato y abandono.
La descubrieron hace tres meses y su drama
conmocionó a todo el asentamiento donde tiene origen esta historia: la toma 10
de Febrero.
"Su hijo la deja encerrada con candado
cuando se va a trabajar. No le cocina, ni le deja un fósforo para que lo haga;
y está sin bañarse hace tiempo. Ni ropa tiene para cambiarse. Vive descalza,
porque las uñas de sus pies están muy largas y su cabecita parece un nido de
pájaros", contó Ana, una vecina, a LM Cipolletti.
A falta de cuidado, otros vecinos tomaron la
posta para alimentar a la abuela. Querían extenderle un plato de comida como lo
merecía, pero entonces no podían doblegar la situación de encierro en que
vivía.
"Tuvimos que tirarle la comida por arriba
de los bines, como si fuera un animal", contó la vecina. Así le pasaban
mandarinas, galletitas, pan con fiambre y otros alimentos. Hasta un pedazo de
torta. Entonces, ella sólo quería una "frutita", cual si fuera un niño que pide un caramelo.
Ante la requisitoria de LM Cipolletti, la mujer
no pudo precisar cuántos años tiene. Los vecinos creen que en realidad ya pasó
los 80, aunque admiten que pueden equivocarse por su avanzado estado de
abandono. El hijo, por su parte, tiene 39 años.
Al rescate
El sábado, los vecinos se animaron a reventar
el candado que la confinaba y un día después fueron por más. Alrededor de 50
personas se apostaron frente a la casa de la abuela y esperaron que su hijo
diera la cara.
Dicen que llegó en un taxi, limpio y bien
vestido, mientras deja a su madre "muerta de hambre, toda sucia". Y,
al verlo, fue inevitable iniciar una discusión, en medio de la cual una vecina,
enferma de la bronca, lo trompeó.
Le exigieron que liberara a la abuela, pero el
hombre, de 39 años y a quien identificaron con el nombre de Fabián, se negó a
hacerlo y les endilgó a ellos la responsabilidad de encerrarla. Tuvo que venir
la Policía para que pudiera salir de la oscuridad. Al intervenir, los efectivos
no dieron crédito a lo que sus ojos veían y detuvieron al hijo.
Se organizaron y rescataron a la abuela
Gracias a la solidaridad de los vecinos de la
toma 10 de Febrero, que no se hicieron los desentendidos y le tendieron la
mano, la abuela salió del agujero negro donde permanecía encerrada hacía dos
días.
Rodeada de buenos vecinos, tomó mate con ellos
hasta la 1:30. Luego, esperó hasta ayer, apoyada sobre una silla, la compañía
de los medios de comunicación.
Agradecida, saboreó un sándwich y expresó su
deseo de vivir en un hogar. Aún permanecía con los pies desnudos sobre la
tierra, el mismo pantalón arremangado, la misma remera hecha andrajos y una
bincha que intentaba sujetar su blanca cabellera enmarañada.
Sin críticas al hijo
De su hijo no quiso hablar mucho y negó que la
maltratara. "Vamos a ver qué pasa mañana (por hoy). Tienen que darle una
solución", previó Ana.
Junto a otros vecinos, tocaron distintas
puertas para que las autoridades pertinentes se hagan cargo de la anciana.
Ellos, por lo pronto, tratan de cuidarla como pueden y con lo que tienen.
"Nosotros la cuidamos hasta que la vengan a buscar", concluyó Ana, la
vecina.
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