Cuestionados en su capacidad de enseñar a los alumnos de
hoy, los maestros pierden motivación y autoridad en las aulas.
Maestros eran los de antes; en mi época en la escuela se
aprendía; antes los docentes eran figuras respetadas. Haciendo carne esa
premisa de que todo tiempo pasado fue mejor, el discurso popular actual se
llena de frases despectivas sobre el rol de los docentes en las escuelas.
Desde la opinión pública, los medios de comunicación y el
decir de muchos padres y alumnos, los docentes son responsables -aunque no los
únicos- del profundo fracaso que experimenta la escuela argentina, que las
últimas pruebas PISA sólo vinieron a reconfirmar. Pero esta imagen de un
docente abatido e impotente frente a las demandas educativas de los alumnos,
muchas veces no hace justicia a la de los miles que siguen siendo referentes de
su comunidad, y que encuentran maneras creativas de enseñar, aun en los peores
contextos.
Entonces, ¿hasta qué punto esta representación social es
real y de qué manera esta desvalorización de la figura del docente incide en la
calidad educativa y el clima escolar?
"Efectivamente, en la Argentina está la idea de que
la educación pasada era un paraíso que contrasta con las penurias del presente.
Esta es una mirada que yo no comparto, porque creo que cada momento histórico
tiene sus batallas, como se dan en cualquier campo de la sociedad. Esta imagen
demasiado edulcorada sobre determinado proceso histórico produce efectos en el
imaginario pedagógico y contrarresta fuerzas anímicas, crea climas, sensaciones
y representaciones", dice Silvia Finocchio, doctora en Ciencias Sociales
por Flacso, para quien el imaginario pedagógico es lo que moviliza la
experiencia educativa. Por eso sostiene que "el mensaje de la opinión
pública es simplificador e ignora una realidad que muestra muchos maestros con
ganas de enseñar y muchos chicos con ganas de aprender. Esta percepción se
sobreimprime en la experiencia educativa y por eso vale la pena hacerse preguntas
sobre estas representaciones, que tiñen la práctica educativa".
En relación con la uniformidad que muchas veces se da a
los discursos, Nieves Tapia, directora del Centro Latinoamericano de
Aprendizaje y Servicio Solidario, pone de manifiesto la necesidad de matizar
las percepciones sociales, que varían según el sector social del que estemos
hablando.
Para ella, las representaciones más difundidas son las de
los sectores medios y altos, que cargan a los docentes con el estigma de ser
personas dispuestas a inmolarse y hacer beneficencia, vista ésta como una
"profesión para los idealistas que quieren ser pobres, o los que no saben
hacer otra cosa. Los padres de chicos de clase alta perciben a los docentes
como si fueran sus empleados. En cambio, para las clases más bajas, la docencia
es un trabajo seguro y bien pago, frente a padres que viven de changas o planes
sociales. Para ellos, que sus hijos puedan estar estudiando inglés en la
primaria y teniendo una computadora en la secundaria es como si estuvieran en
Harvard. Yo creo que en el ámbito rural, el docente sigue siendo un líder
comunitario por definición y su prestigio sigue siendo muy alto", sostiene
Tapia.
Para la especialista, la referencia a la escuela de antes
no toma en cuenta el factor de que las familias actuales tampoco son las de
antes, y que la escuela de antes no incluía el tipo de chicos que hoy están
incluidos. "Que son chicos que no tienen una biblioteca en su casa, una
mesa para hacer los deberes ni una mamá full time que lo acompañe en su
trayecto educativo. No tienen esos recursos que los docentes estaban
acostumbrados a dar por supuestos", agrega Tapia.
Para poner números a la percepción social en relación con
el rol docente y su capacidad de enseñar, el Observatorio de la Deuda Social
Argentina de la UCA señala que en 2012, el 47,5% de los encuestados sostuvo que
la calidad de la enseñanza era buena, el 29,1% que era regular/mala y el 23,4%
que era muy buena.
A su vez, un relevamiento de TNS Gallup de 2010 que midió
la evolución de esta visión positiva o negativa de la escuela, agrega que para
el 53% de la población adulta el sistema educativo argentino empeoró en los
últimos 10 años, para el 28% se mantuvo igual y sólo para el 17% mejoró.
Los especialistas consultados señalan que los principales
atributos negativos que la sociedad le reclama al docente es el desinterés por
enseñar, la falta de capacitación, el anacronismo pedagógico, el ausentismo, la
falta de autoridad y el fracaso de enseñar a un alumnado diverso.
Frente a esta representación social y frente a un sistema
educativo que en la mayoría de los casos no les brinda las herramientas
necesarias para hacer su trabajo (escasa capacitación, problemas edilicios,
reclamos salariales, trabas burocráticas, desactualización escolar), ¿cómo
pueden los docentes enseñar de manera efectiva? ¿En qué medida este
desprestigio sigue alimentando un círculo vicioso que sólo lleva a acentuar el
fracaso del sistema educativo?
"Estoy convencida de que la legitimidad social -yo lo
llamaría los discursos públicos sobre la educación- tiene incidencia en la
calidad educativa, porque influye en qué perspectivas tienen quienes ingresan a
la carrera y qué horizontes se van armando en su inserción profesional. También
influye en los apoyos que reciben de las familias y de la comunidad en su
ejercicio laboral cotidiano. Por eso creo que hay que cuidar mucho los
discursos públicos sobre la docencia: a veces las posturas hipercríticas, que
ponen a todos en la misma bolsa, terminan contribuyendo a minar su legitimidad
y a que todo se les haga muy cuesta arriba", sostiene Inés Dussel,
investigadora principal del Área Educación de Flacso.
En esta misma línea, Silvina Gvirtz -directora general
ejecutiva del Programa Conectar Igualdad- afirma que es muy difícil construir
una buena educación cuando el docente es vapuleado y que los valores que las
familias inculcan a los chicos inciden en su percepción sobre el docente.
"Si sólo valoran lo económico, el docente está desvalorizado. Y si no
priorizan la cultura, el chico no va a tener ningún interés en aprender. Por
eso creo que es importante considerar la escuela como unidad de cambio y ver
qué valores queremos que promueva. A su vez hay que trabajar en recomponer al
diálogo entre la familia y los docentes. Que en la casa no se desvalorice al
docente es fundamental, porque si no el chico está en un fuego cruzado entre
los padres y el docente, y eso está generando muchísimos problemas en las
aulas."
Lo cierto es que el desprestigio docente afecta en la
calidad educativa, atenta contra la autoestima y la motivación del docente se
cuela en las aulas. Porque cuando la autoridad pedagógica se pierde, el espacio
áulico deja de ser propicio para el aprendizaje.
"El impacto se nota en el estrés docente y las ganas
de enseñar, sobre todo en los de más edad. Creo que se traduce en un desaliento
que viene de sentir que se los ataca desde los medios de comunicación, la
opinión pública y las quejas de los padres, y que nada de lo que ellos hagan va
a ser suficiente", dice Tapia.
En cuanto a la correlación que tiene el estatus del
docente con los aspirantes al cargo, Florencia Mezzadra, directora del Programa
de Educación de Cippec, afirma que existe bibliografía internacional que
muestra que los países con mejores resultados educativos son aquellos donde la
docencia es una profesión prestigiosa, lo que se traduce en que mucha gente
quiere ser docente y esto le da la posibilidad a las universidades o institutos
de seleccionar a las personas con mayores aptitudes para la profesión.
"Los casos más paradigmáticos son Finlandia y Singapur, donde sólo el 10%
de los candidatos que quieren ser docentes consigue serlo. Esto hace que tengas
suficientes docentes comprometidos con la profesión. El prestigio de la
profesión también incide en los docentes, en el espíritu de la profesión, que
es muy importante para comprometerse de forma sistémica con la mejora",
dice Mezzadra.
Por eso, más allá de la cuota de desmotivación o falta de
compromiso de los docentes, todos señalan que echarles las culpas es no ver la
película completa. Los factores que construyen la complejidad del sistema
educativo actual son múltiples, y en muchos casos tienen que ver con variables
sociales y culturales. "La autoridad perdió fuerza en todos los aspectos
de la vida: en los padres, las instituciones y también en la escuela. El cargo
ya no es sinónimo de autoridad, hoy hay que construirla. A su vez, la escuela
dejó de ser el lugar desde donde se imparte el conocimiento, porque hoy está
compitiendo con otras fuentes de información que tienen mayor legitimidad por
parte de los jóvenes. La culpa no es del docente, sino del sistema que no ayuda
a la escuela a estar preparada para su tarea", opina Mezzadra.
A la hora de pensar estrategias para revertir esta
situación y devolver el prestigio al docente, los referentes apuntan a la
necesidad de reconstruir el diálogo entre los padres, los docentes y la
escuela, y de generar políticas públicas que acompañen y faciliten la tarea
docente.
Para Lourdes Majdalani, directora del Centro para el
Desarrollo Moral de la Fundación Majdalani, los docentes están capacitados para
ejercer la autoridad moral que todo maestro debe asumir cuando está al frente
de sus alumnos. Pero para ello es imprescindible darles las herramientas
necesarias, tanto teóricas como prácticas, para que vuelvan a confiar en ellos
mismos. Esto implica trabajar con toda la comunidad escolar: docentes,
directivos, alumnos y familias.
"Esto se puede revertir con una política integral que
incluya un compromiso de los líderes políticos revalorizando la figura del
docente en los discursos políticos, campañas institucionales, brindando mejor
capacitación, visibilizando excelentes escuelas y docentes a través de premios
a buenas prácticas y dándoles salarios importantes. Hay que valorizarlo
simbólica y económicamente, si no todo se queda en el discurso", concluye
Mezzadra. (La Nación).
INFOALLEN - E - Mail: noticias@infoallen.com.ar
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